Su entrenador Frank Southall (quien, por cierto, había sido tutor de la famosa Marguerite Wilson) está allí junto con un par de voluntarios que dirigen los puestos de control. Todo el recorrido tiene que seguir una regla establecida en 1890: todos los intentos de batir récords tienen que hacerse en secreto. Cualquier publicidad previa está prohibida.
Estamos en 1952 y Eileen ya es campeona nacional de 50 y 100 millas. Ahora tiene los ojos puestos en otro objetivo: hacer un récord de 287 millas desde Land’s End hasta Londres. Pero eso no sucedió. Al llegar a la meta, le espera una multitud de gente que la anima. El récord de 16:45:47 nunca será reconocido oficialmente, ya que se rompió la regla de 1890 de no publicidad. Sólo podemos adivinar quién fue la fuente de la información filtrada, lo que, como un efecto secundario afortunado, trajo a Eileen bastante publicidad.
Su mayor triunfo estaba, afortunadamente, a punto de llegar. Sucedió en 1954. Sheridan rodó 870 millas (1400 km) desde Land’s End hasta John o’Groats. Estamos hablando de un terreno de colinas escarpadas y del peor tiempo que uno pueda imaginar. Las primeras 470 millas Eileen pedaleó sin parar y sólo después de dos noches de insomnio la mujer decidida se permitió un descanso. Una hora de descanso. Luego llegó el último tramo y con él la lucha contra un viento en contra cruel. Pero lo hizo: batiendo el récord establecido en 1939 en casi 12 horas.
Pero el Poderoso Átomo, como la llamaban los medios de comunicación, no estaba satisfecho. Su objetivo era seguir adelante y batir el récord de 1.000 millas también. Un par de horas más de sueño y Eileen estaba sobre las ruedas de nuevo. Cuando lo logró, el tiempo estaba a sólo dos horas del récord de los hombres. ¿Qué le costó todo eso? Agotamiento total.
Poco después, Sheridan decidió poner fin a su carrera récord. Ella nunca dejó de montar.